martes, 18 de diciembre de 2018

¿Tienes palabra profesional?

¿Recuerdas la última ocasión que dijiste o escuchaste... ¡Te lo juro!?  Cuando somos nuestra palabra, sobra andar reiterando que sí lo haremos.  Y si eres un profesionista titulado, entregaste tu palabra para brindar de la mejor manera posible tu servicio.  

Sin ser profesionistas, existe eso que llamamos, nuestra labor, o bien el oficio al que nos dedicamos, esta actividad por la cual entregamos a otros algún beneficio, sea con un producto o con servicios.

En esta labor es requerida nuestra palabra profesional, pues la expectativa es que demos lo mejor que esté en nuestras posibilidades para entregar nuestro talento en beneficio del la evolución propia y de los otros.

Ser nuestra palabra corresponde a una responsabilidad con uno mismo, con la congruencia, con honrar y cultivar lo que Sthephen Covey llama salario emocional.  

Hay otros que esperan que les entreguemos lo mejor de nuestros dones, en el ámbito profesional, se espera lo mejor por nuestra labor.

Esto es, en mis vínculos con otros, yo deposito abonos cuando soy verdad en lo que asevero con relación a mis actos. 

Las promesas cumplidas, las acciones consecuentes con lo que uno dijo u ofreció en su servicio, esto hace depósitos en nuestra cuenta con la certidumbre y confianza que los otros tengan sobre uno mismo y su servicio.


Cuando falto a mi palabra, por olvido, por omisión, por preferir otras acciones que fueron prioritarias, faltando así a las promesas, incumpliendo lo que aseveré para con otros,  entonces pongo en riesgo mi credibilidad, mi palabra, mi labor.

Yo soy mi palabra. Si digo que haré algo, o si hago una promesa, o si enuncio un compromiso hacia alguien, sucederá, lo único que podría impedirlo: salud, familia, siniestro u oportunidad de un servicio superior.

¡Mi palabra está en prenda! ¡Y voy por ella!

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